Este joven hombre se levanta en el mejor de los mundos. Sin abrir los ojos, lleva su mano a su entrepierna. Sentir su pene caliente y duro le causa una sensación de bienestar.
Cierra los ojos y fantasea mientras recorre su pene con la mano. Se reconforta pensando en tetas, nubes de tetas por las que se desliza. Y salta en un buggy por unas montañas de nalgas, a pesar de que conoce lo peligrosa que es esta zona. Se arriesga, derrapa y sale disparado en el momento más peligroso, directo hacia el hueco del ano. Animado por su fantasía, comienza a masturbarse con más fuerza.
Cuando el placer hace vibrar su cuerpo por oleadas y se siente cerca del orgasmo, aprieta la raíz de su pene con fuerza con una mano, a la vez que le da un fuerte cachetazo al pene erecto con la otra mano. El sonido seco -plaf!- y las palpitaciones y ardor en el pene cortan con la fantasía. Se ha acostumbrado a evitar eyacular cuando se masturba. No quiere limpiar, y no vale la pena desperdiciar el esperma.
El desánimo viene apenas un breve momento después, cuando el joven se da cuenta de que no hay ninguna razón que lo lleve a levantarse de la cama, que podría estar todo el día tirado allí, con la mano alrededor del pene, y que no cambiaría en nada. Lo desanima no tener trabajo, y no se imagina qué puede hacer con su tiempo. Pero escucha la voz de su madre, hablando sola en el comedor, y recuerda que le ha prometido ya hace tres día que iba a podar el liquidámbar del jardín, que le da demasiada sombra y no le deja crecer los tomates -ahora que estamos en temporada. Siempre hay algo para hacer en el jardín.
Podar es bien simple. La idea es imaginarte la forma que quieres que tenga la copa del árbol, y recortar todo aquello que sobresalga. Adicionalmente, tienes que tener un sentido de la armonía, para llevar al árbol a un crecimiento ordenado y bello. Pero esta vez había que tomar una decisión trascendental: Para evitar que el liquidámbar siguiera creciendo de un modo excesivo, debía cortar la punta de la rama guía. El joven lamentaba esto, ya que debía realizar una poda propia de madurez en un árbol que aún no había llegado a la adultez.
Esto le causaba pena al joven, porque este corte iba a determinar la altura del liquidámbar, y él sabía que ese árbol, mientras más alto se elevara, más bello iba a ser, y más contento iba a estar. Por eso venía evitando realizar la tarea, especulando sobre las distintas alternativas para mitigar el daño al árbol. Con el paso de los años le había agarrado cariño a ese árbol, a sus cambios según la estación -era un árbol coqueto, que se vestía de amarillo y rojo para seducir al comienzo del otoño, y se desnudaba para hacerse uno con el invierno, brotando cada año con más fuerza que antes.
Mientras se ponía su ropa de jardinería -un jean viejo y un buzo con capucha- reflexionaba que sus pensamientos en la cama últimamente terminaban en un ocio aburrido y en erotismo atrofiado por la soledad.
Se terminó de cambiar, y sin desayunar fue directo a preparar sus herramientas -total el mate se había hervido. Preparó su motosierra poniéndole la mezcla de aceite y nafta, y en sus idas y venidas fue dejando a la sombra del árbol la escalera de aluminio, una cuerda, su tijera de poda. La navaja fue a parar al bolsillo.
El joven podía sentir las quejas del árbol cuando empezó a podar las ramas superiores. Más de una vez casi fue derribado por ramas que se movían inesperadamente, o que caían para el lado incorrecto. El árbol se estaba defendiendo. El joven pedía perdón, y le recordaba al árbol que ya había florecido, que su semilla se estaba esparciendo en este mismo momento por toda la zona, y que sus ramas tan altas le estaba sacando todo el sol a los tomates de su madre.
Los árboles son orgullosos, y se defienden hasta último momento. El joven lo sabía, y por eso siguió trabajando en silencio. Sólo se podía escuchar las revoluciones de la motosierra, y el ruido de las ramas al caer. El trabajo fue prolijo y de acuerdo a lo planeado.
Su madre lo recibió con una sonrisa cuando bajó, que contrastaba con la cara preocupada del joven. En silencio, se puso a guardar las herramientas. Se sentía culpable de limitar al árbol.
Una vez ordenado todo, miró los resultados de su trabajo. La poda había sido limpia -ni siquiera se podían detectar muchos de las ramas cortadas. El sol brillaba sobre el jardín nuevamente.
El joven reflexionó que el árbol estaba siendo egoísta, y que la poda era beneficiosa para el jardín. El árbol, como parte del jardín, debía entender eso.
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